¿Sabía que hay personas que le adivinan el futuro con solo mirarle las nalgas? la periodista Antía Castedo se le midió a mostrarle las suyas a la única rumpóloga —así se llaman las pitonisas del trasero— que hay en el Reino Unido y acá nos cuenta qué le depara la vida según su culo.
No era, faltaría más, la primera vez que enseñaba mis nalgas. Ni tampoco la primera vez que alguien las tocaba. Pero nunca habían examinado mi trasero con un interés tan “científico”. Me quité los pantalones en una calurosa tarde de junio y coloqué mis nalgas en el campo de visión de Sandra, a escasos centímetros de ella. Yo estaba parada y ella, detrás, sentada en una silla. Casi podía sentir su aliento mientras iba desgranando los secretos que esconden (para quien sabe descifrarlos) las líneas, lunares y formas de mi trasero.
El día había empezado bien. En el cielo de Londres no asomaban nubes. En lugar de salir, como muchas mañanas, para subirme a un vagón de metro lleno de oficinistas pálidos y adictos a sus celulares, ese día a iba subirme al tren para visitar a una vidente que me leería el futuro.
El plan ya era de por sí estrafalario desde la óptica de una periodista española de 32 años, poco dada a las supercherías, de mentalidad racionalista y personalidad escéptica y desconfiada. Pero lo que lo hacía aún más extraño era que Sandra Amos tiene, por utilizar un término de la economía, una ventaja comparativa frente al universo de adivinadores: es capaz de leer las nalgas.
Todos llevamos el futuro escrito en nuestro trasero, o eso es lo que Sandra opina. No solo eso, sino que las nalgas son una especie de enciclopedia de nuestra vida. La nalga izquierda expresa el pasado, mientras que el futuro está agazapado ahí mismo, entre el músculo, la carne y la celulitis de nuestra nalga derecha.
“Si tu pasado está en la nalga izquierda y tu futuro en la nalga derecha, el presente es un agujero negro”. Negro o no, el chiste de mi amigo incidía en un aspecto del asunto que, debo admitir, me causó gran inquietud en los días previos a mi visita a la vidente.
Se imaginarán que la perspectiva de que una desconocida pudiera indagar en el agujerito me producía escalofríos. ¿Una carrera universitaria en Ciencias Políticas, una maestría y años de duro trabajo para acabar así? Solo pensarlo y me entraban ganas de tomar las armas y lanzarme a subvertir el orden capitalista.
Decidí apaciguar mis miedos como haría cualquiera: documentándome en internet. Así descubrí que Sandra no era la única persona en el mundo que aseguraba poder leer la postrimería de nuestros cuerpos. De hecho, el oficio tiene incluso un nombre: rumpología.
Aunque el corrector de Word no lo reconoce, ni tampoco la Real Academia Española de la Lengua (lo más cercano que ofrece es “rumorología”), el arte de leer nalgas ajenas tiene una entrada en la Wikipedia.
No les contaré lo que dice porque pueden leerlo ustedes mismos. Pero me parece relevante contarles que la reina de las rumpólogas del mundo no es Sandra Amos, sino la madre del famosísimo actor de Hollywood Sylvester Stallone.
Jackie Stallone, astróloga, mantiene que la rumpología es un oficio tan viejo como el más viejo de los oficios. Que ya lo practicaban los babilonios, los antiguos griegos y los romanos.
La búsqueda en Google arrojó otros datos tranquilizadores: en ningún sitio se hablaba de que fuese necesario examinar el orificio antes mencionado, solo se mencionaban las nalgas. Y parecía que ni siquiera iba a tener que quitarme las bragas delante de Sandra.
Más tranquila, aunque oscilando todavía entre la inquietud y la ilusión por el día que se avecinaba, salí ese martes de casa hacia la estación en la que me iba a encontrar con la fotógrafa de esta crónica para subirnos a un tren que nos debía llevar, primero a la ciudad de Leeds, y luego a Knottingley, el pueblo donde vive Sandra.
Así que ambas subimos al tren para cruzar Inglaterra en busca de mi futuro. Yo iba preocupada por mis nalgas, y Silvia por sus fotos (¿sería estéticamente sugerente la casa de la vidente?), pero conseguimos sobreponernos y charlar animadamente de nuestras vidas, Barcelona (donde ambas hemos vivido muchos años) y la precaria pero aventurera vida del freelance.
Como casi todo viaje en tren por Inglaterra, el nuestro también fue azaroso. Dicen que el sistema de ferrocarriles británico nunca volvió a ser el mismo desde la privatización en tiempos de Margaret Thatcher. Además de muy caro (un viaje de menos de tres horas, ida y vuelta, nos costó 100 libras, unos 150 dólares), los retrasos son frecuentes.
Al llegar a Leeds, habíamos planeado subir a otro tren hacia el pueblo de Sandra. Pero nunca pasó, así que tuvimos que recurrir a Uber, el servicio de taxis privado que, aunque ilegal en otras partes del mundo, en Inglaterra ha desbancado a los tradicionales black cabs.
El problema es que el taxista paquistaní, que aseguró llevar 15 años en el oficio, no tenía ni idea de dónde quedaba Knottingley.
Aunque la aplicación lleva incorporado un mapa y lo único que tiene que hacer el conductor es seguirlo, por alguna razón que nunca pudimos entender ni Silvia ni yo, el taxista se empeñaba en querer dejarnos en medio de un polígono industrial donde, saltaba a la vista, no podía estar la casa de Sandra.
—Este no es el sitio que marca Uber —le dijo Silvia, que empezaba a enfadarse ante la actitud desdeñosa del conductor.
—¿Uber? Yo no sé qué es Uber —contestó como rugiendo.
La respuesta nos dejó, naturalmente, desconcertadas. Pero tras mucho insistir, casi rogar, e indicándole exactamente por dónde debía llevarnos, logramos llegar a la calle de la única rumpóloga de Reino Unido.
El lugar no podía ser más anodino y gris. En la calle, con casas adosadas idénticas a ambos lados, construcciones decentes pero tristes, sin personalidad, no había nadie. Una calle cualquiera de un pueblo cualquiera de Inglaterra puede secarte el alma.
Sandra nos recibió con una sonrisa, pero ni siquiera nos dio la mano. Supusimos que estaba demasiado nerviosa y se lo perdonamos al instante. Luego salió corriendo a la tienda de la esquina para traer papel higiénico, ya que ambas teníamos una necesidad imperiosa de ir al baño y la vidente se había quedado sin papel.
La casa resultó ser más acogedora por dentro de lo que parecía. Nos sentamos en el jardín, donde Charlie, el pacífico y cariñoso perro de Sandra, nos recibió con algarabía.
“Cuando tenía 7 años, veía espíritus en mi cama”.
“A los 20, predije que la prima de una amiga iba a ganar un concurso, y ganó 45.000 libras con el Daily Mirror (un tabloide británico)”.
“Cuando trabajaba de recepcionista, le dije a un repartidor que tenía que ir urgentemente al médico porque estaba enfermo, y resultó que tenía cáncer de próstata. Hoy es mi cliente, le salvé la vida”.
“Predije que el príncipe Guillermo y Kate Middleton iban a volver a estar juntos y que a Angelina Jolie se le iba a morir alguien cercano (su madre)”…
Sandra, vestida de blanco, nariz afilada y un toque de masculinidad en el rostro, se lanzó sin pausa a contarnos toda la retahíla de cosas que había logrado predecir. La mujer se mostraba cálida y amable y, a pesar de las excentricidades que contaba, decidí enfrentarme al momento con la mente abierta y preguntarle las dudas que me rondaban.
Sandra afirma que tiene un don que le permite leer el alma de las personas a través de cualquier medio. Una simple mirada es suficiente, solo necesita “conectarse” con los que ella llama sus guías. Tiene tres: un indígena americano de Dakota del Norte, un médico con gafas y una monja. Lo de las gafas es importante porque Sandra dice que cuando el médico “se mete” en su interior, como es corto de vista, a ella se le nubla también la mirada.
Los tres aparecen en distintas circunstancias y conectan con el guía del cliente. En mi caso, dijo Sandra, mi guía es una mujer mayor de mi familia que me protege desde el Más Allá. Con la descripción que me hizo no me quedó claro quién es, pero decidí no ahondar en el asunto.
Sandra tiene 58 años y lleva 18 leyendo nalgas, aunque no es su ocupación principal. También trabaja seis días a la semana, muchas veces en turno de noche, en una línea telefónica de tarot.
Su afición por leer el futuro en traseros ajenos comenzó en una fiesta y fue una ocurrencia de uno de sus amigos, que le pidió en broma que le leyera el culo. Sandra dice que acertó muchas cosas y decidió entonces incorporar la técnica como parte de su bagaje adivinatorio.
Uno de los principios de la rumpología consiste en fijarse en la forma del “derrière”. Le pregunté a Sandra si podía explicarlo. Lo hizo, aunque con ciertas dudas e interrupciones, lo que interpreté como una señal de que no le gustaba mucho esa técnica.
“Si son redondas, significa que la persona es extrovertida. Si son planas, como las de Amy Winehouse, indican una personalidad adictiva, obsesiva. Si son llenas, como las de Kim Kardashian, indican una persona arrogante y exigente. Y si tienen forma de pera, hablamos de alguien sensible, emocional, comprensivo”.
Tras una hora sentada en su jardín hablando de espíritus y nalgas, bajo un sol extrañamente abrasador tratándose de Inglaterra, yo no podía esperar más a que Sandra leyera las mías.
Entramos en su salón y llegó el momento de quitarme los pantalones. Sandra se sentó en una silla y yo me puse de pie delante, de forma que mis nalgas quedaran frente a su cara. Nunca he sido una persona muy pudorosa. A esas alturas, la vidente y yo ya habíamos alcanzado cierta confianza como para no sentirme incómoda, a pesar de la presencia de Silvia y su cámara.
Sandra me rozó el culo. Comenzó. “La nalga izquierda, lo dice esta línea…”. Supongo que esa línea debía ser una de esas estrías que odio tanto, pero me era imposible desde mi posición ver lo que ella estaba señalando.
“Has tenido dos relaciones muy difíciles. De la última tuviste que salir corriendo. Fue una decisión muy dolorosa, pero tenías que hacerlo”.
Sin comentarios.
—¿Está muerto tu padre?
—No.
—¿Has chocado con tu madre?
(¿Quién, en su sano juicio, no choca con su madre? —pensé).
—Tu madre tiene una forma muy tradicional de hacer las cosas. Se hace cargo de todo. Si viniera aquí, empezaría a mover todos mis muebles, a poner las cosas en el lugar que a ella le parece mejor—… En esto acertó.
La lectura de mi pasado duró más bien poco. A Sandra no le gustó mucho lo que vio:
—Has sufrido mucho y has tenido que aguantar cosas que no hubieses debido.
Yo preferí no responder, aunque ella tampoco me dio mucho tiempo. Se limitó a decirme que debo dejar de darle vueltas al pasado y centrarme en el futuro. Porque me espera un futuro brillante.
—Hay un hombre a tu alrededor y otro que va a venir.
(Qué entretenida voy a estar —pensé).
—Vas a tener que elegir entre ambos.
Cada cierto tiempo tocaba suavemente una zona de mi nalga derecha y complementaba su lectura con lo que le iban diciendo sus “guías”. En algún momento, incluso, se rio porque uno de ellos le explicó algo gracioso.
No me pidió cambiar de postura ni necesitó, por fortuna, que yo me quitara las bragas. Tampoco manipuló mi trasero. Puede decirse que la rumpología es un oficio casto e higiénico, al menos tal y como lo practica ella.
La vidente volvía una y otra vez al tema sentimental. Tuve la sensación de que había decidido que su cruzada ese día era conseguir que yo me quedara con “el hombre de mi presente”, y no con esa “tentación” que iba a aparecer, según ella, en agosto.
“Tienen tanto en común y él nunca se ha sentido así. Nunca ha conocido a nadie como tú”, dijo. Me pareció halagador y, por otro lado, una obviedad. “Me gusta su energía. Lo que tienen es de verdad. Es probable que en septiembre se comprometan. Puede ser algo para toda la vida”.
Tragué saliva e intenté aparentar frialdad.
—Yo nunca he querido casarme, Sandra.
—Bueno, será algo sencillo, por lo civil —zanjó ella.
A esas alturas yo ya estaba un poco cansada. Llevaba media hora de pie, girando la cabeza hacia atrás para poder hacer contacto visual con Sandra.
Además, se empeñaba en hablarme de hombres, por lo que supuse que ella debía tener sus propios fantasmas sentimentales y proyectaba en mí sus miedos y esperanzas.
“En los próximos 18 meses vas a escribir un libro”. Esto me resucitó de mis cavilaciones.
“Veo una y otra vez a alguien haciendo esquí acuático”. No se me ocurrió a quién se refería.
“Te veo en un pequeño avión. Alguien tiene una licencia para pilotar aviones. Ten cuidado, no te va a gustar la experiencia”. Esto me hizo gracia. Me da miedo volar y nadie de mi entorno pilota aviones.
“Te vas a cansar de viajar. Por eso este hombre es tan importante. Este lunar indica que él te da sentido de la responsabilidad. Va a mejorar tu vida en muchos aspectos, pero nunca te va a cortar las alas”, me dijo.
En ese momento, me planteé la posibilidad de que esto de ir a una rumpóloga para escribir una crónica fuera en realidad una coartada fabricada por alguien para decirme con quién debo y con quién no debo acostarme.
“Esa gitana en tu interior, esa gitana en tu interior…”, dijo Sandra, y no acabó la frase.
Al cabo de unos 45 minutos, parecía que no tenía mucho más que decirme. Yo me había quedado tranquila. Cuando le pregunté por posibles problemas en mi futuro, no supo o no quiso identificar ninguno. Me volví a poner los pantalones.
En el viaje en su coche hasta la estación, Sandra nos contó cosas horribles que le habían sucedido en la vida y que no deseo ni para el peor de mis enemigos. Parecía necesitar a alguien con quien desahogarse. Pensamos que debía estar muy sola para contarles cosas tan tenebrosas a dos desconocidas.
En el tren de vuelta fui pensando en lo que me había dicho. No sé si Sandra tiene un don, aunque espero que acierte con algunas de sus predicciones. Me gustaría escribir un libro, pero lo de casarme lo veo muy improbable. Lo que no pienso cambiar es mi alma de gitana.